El Blog de la CEFH

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viernes, 23 de septiembre de 2011

Filosofía y lucro, Platón contra los sofistas

Por Benjamín Ugalde. Académico del departamento de Filosofía de la Universidad de Chile

El problema del lucro en la educación es un problema muy antiguo. Los griegos enfrentaron nuestras mismas dificultades durante su apogeo en el siglo V antes de la era cristiana.

El problema es básicamente el mismo -guardando por supuesto la distancia en el tiempo: ¿es o no moralmente aceptable lucrar, o comerciar, con la educación y el conocimiento humano? Y tal como hoy, en ese entonces hubo al menos dos respuestas. Una, la respuesta de los sofistas, profesores de educación superior para los ciudadanos griegos que deseaban obtener más y mejores herramientas para desenvolverse en la agitada vida de la polis. La otra, la de Platón, el filósofo moral y político que acusó a los sofistas de meros “comerciantes de sabiduría”.

La filosofía ha reflexionado desde antiguo, pues, acerca del problema del lucro y la ganancia económica que puede obtenerse legítima, o ilegítimamente, a costas del conocimiento y su enseñanza. Bastaría leer algún diálogo de Platón o algunos fragmentos de los sofistas para darse cuenta de que este es un problema desde los propios orígenes de nuestra cultura occidental.

Sin embargo, para poder comprender mejor esta disputa filosófica de Platón contra los sofistas debemos preguntarnos antes: ¿quiénes fueron en realidad estos “sofistas”? Ellos fueron pensadores muy especiales, históricamente irreplicables. Los sofistas sólo son comprensibles en el contexto de la cultura griega y el surgimiento de la vida política, no es correcto intentar equipararlos con ninguna otra figura histórica ni pasada ni actual. Es preciso clarificar, además, que los sofistas son los legítimos herederos de la filosofía griega jónica e itálica. Ya ha sido largamente desenmascarado por muchos filósofos e historiadores (Hegel, Grote, Nietzsche, Zeller, Jaeger, etc) el prejuicio, fundamentalmente platónico, de considerar a los sofistas como “fuera de la filosofía” o como “no-filósofos”, un prejuicio que tiene que ver justamente con la forma en que Platón entiende el conocimiento y la verdad. Es necesario comprender, también, que los sofistas fueron -podríamos decir “por fuerza mayor”-, pensadores prácticos. Por fuerza porque, como la mayor parte de los intérpretes señalan (Jaeger, Guthrie, Kerferd), debieron enfrentar una realidad distinta a la apacible vida colonial de un Tales, un Anaxímenes o un Anaximandro; al contrario, los sofistas se vieron enfrentados a una ingente vida política fruto del fulminante desarrollo del modelo de la polis griega.

Por tanto, los sofistas tuvieron que enfrentar el desafío de sintetizar y organizar la tradición del pensamiento filosófico para renovarlo al amparo de la realidad política del siglo V. Ese desafío fue encarado desde un pensamiento que podríamos denominar “pre-metafísico” en donde lo efectivo, lo “real”, es el éxito político, la victoria discursiva y el poder (principalmente militar y económico). La filosofía, el conocimiento y la ciencia devinieron, así, en armas para el éxito político de los ciudadanos. Excelencia (areté) no sólo en el decir (legein) sino también en el hacer (prattein), tal como desde Homero (prattein kai legein), excelencia buscada tanto en el gobierno de lo privado (idion) como de lo público (koinón).

Por ello, los sofistas concibieron la educación como la transmisión de una filosofía práctica que debía ser remunerada. El sofista obtenía un justo lucro con su conocimiento, pues el educando usufructuaría de este conocimiento en el futuro. Así lo atestigua la célebre anécdota de Protágoras con su discípulo Evatlo, quien no tenía el dinero para pagar por adelantado sus enseñanzas. Se cuenta que Protágoras dijo en esa ocasión a su alumno: “cuando ganes tu primer litigio pagarás mis honorarios”. El resto de la historia no viene al caso aquí, pero lo que es evidente es que el sofista consideraba legítima su remuneración -y esto es importante- no sólo como un legítimo sustento para su vivir, sino como una paga por la utilidad que este conocimiento prestaría en el futuro a quien lo recibía.

Platón, en cambio, representa un giro fundamental en el problema del conocimiento y la educación filosófica. Quizás no sea exagerado señalar que Platón fue el filósofo que generó el cambio más radical en el pensamiento griego, y probablemente en la historia de la filosofía, al punto de que seguimos siendo hoy, en muchos aspectos, profundamente platónicos.

El filósofo ateniense considera la verdad, el conocimiento y la ciencia de una manera casi atávica, por cierto, muy distinto a como lo hacen los sofistas. Para Platón el conocimiento es “sagrado” y está en relación con lo divino. La ciencia tiene un valor per se, y su dignidad es superior, ella no puede ser objeto de comercio ni transacción alguna. El valor moral del conocimiento es completo, por lo tanto no puede ser valuado económicamente. Lucrar con el conocimiento, como hacen los sofistas, es visto por Platón como un asunto no solo de “mal gusto”, sino también inmoral e indigno precisamente por el valor que el conocimiento y la verdad tienen por sí mismos. 

Ahora bien, cabe preguntarse ¿por qué tal distancia entre una concepción como la de Platón y otra como la de los sofistas? ¿Dónde se produce el abismo entre una visión y otra? En el hecho de que para los sofistas el conocimiento no es algo por sí mismo valioso o digno, sino que es una construcción humana, que tiene que ver con ciertas visiones de la naturaleza, la “realidad”, y la vida política. Este conocimiento no tiene un sustrato divino (los sofistas eran ateos) ni tampoco moral (fueron ácidos críticos de las costumbres). Platón, en cambio, considera que el conocimiento tiene un sólido sustrato moral, recuérdese que su maestro, Sócrates, decía: “sólo se obra mal por ignorancia”, esto es, que el conocimiento posee intrínsecamente la cualidad de transformar nuestro actuar en “bueno”. Así también, Platón asigna un sustrato divino al saber. “La divinidad es la medida de todas las cosas” decía por ejemplo nuestro filósofo en su Politeia, República, satirizando así la célebre tesis del homo mensura de Protágoras (“el hombre es medida de todas las cosas”).

Así pues, es Platón quien instaura en occidente, para siempre, la noción de que el conocimiento no puede ser sujeto de transacción económica, a causa de su valor moral y divino. Por ello, podemos denominar a esta una concepción metafísico-sagrada del conocimiento. Cabe preguntarnos: ¿cuántos de nosotros no seguimos siendo profundamente platónicos en este sentido? Los sofistas, en cambio, no habían asistido aún a esta inversión platónica del valor del conocimiento (si se me permite parafrasear a Nietzsche) y por tanto no lo concebían sino como una manera de adentrarse en “la naturaleza” de las cosas y como una forma de filosofía práctica para la vida ciudadana.

En fin, esta pequeña reseña histórica intenta dar a pensar el problema del lucro en la educación en relación a la filosofía y el conocimiento. Tal vez, el verdadero problema no está en la moralidad o inmoralidad del lucro, sino en nuestra moralizante concepción del conocimiento, la verdad y la educación que heredamos de Platón.

2 comentarios:

  1. Qué bueno leer este texto. Le habría agregado una explicación de las críticas de Platón a los sofistas, que para mi no son tan dogmáticamente morales, como si le hubiese ocurrido de pronto que la divinidad se expresa en la paideia. La crítica de Platón se parece bastante a la nuestra: los sofistas, según él, no buscaban la verdad, sino que utilizaban el lenguaje para adecuarlo a la tesis que se proponían defender -no sé qué tan libre de ello estaba Platón en todo caso-, claro, en realidad no es tan grave, sobre todo si consideramos la educación más bien como una instrucción sobre constructos humanos y no mensajes divinos, que es algo en lo que parecemos coincidir casi todos en esta época... Por otro lado, los que lucran con la educación hoy en día, en Chile, los que son criticados en este movimiento social, son capaces de mantener a adolescentes en condiciones indignas con tal de aumentar sus ganancias (hay ejemplos de sobra), hoy en día no se trata de pagar honorarios cuando se gane el primer litigio, sino cuando se gane el segundo, el tercero, el cuarto, y así por años y años de deuda. Tampoco tenemos muchas otras opciones, en nuestro caso, se supone la educación superior se vuelve un escalón necesario para "ascender socialmente"...
    Creo que la crítica actual no es tan moralizante, al menos en el sentido platónico, sino que se basa en la empatía y simpatía por nuestros congéneres humanos -y este sentimiento aún no lo entiendo del todo, pero la teoría de la evolución me ayuda a encontrarle, por último, la pulsión "instintiva" en lugar de la moral-, es una cuestión más práctica, más pragmática, que busca que la comunidad se ordene de manera correcta. Hoy no son unos cuantos profesores cobrando un sueldo, como los sofistas, se trata de mega empresarios que ganan cientos de veces más que yo y que uds, y que para colmo, tampoco son profesores... es más, si los sofistas equivalen a los profesores, serían ellos los abusados por estos sostenedores (y ojo, que no digo que todos sean así). Eliminar el lucro, al parecer, eliminaría el peligro de que se prestara para que la ambición disminuya la dignidad del estudiante y su familia.
    Me gustó mucho esta columna, pero creo que, si se intenta extrapolar lo de los griegos a nuestro escenario, hay demasiados reparos (no sé si esa fue la intención del profe, en realidad)

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  2. Venía a exponer algo similar a lo escrito arriba. Me parece que si bien es importante rescatar la dicotomía platónica-sofista (que puede calzar en muchas disputas actuales o pasadas), la complejidad del asunto impide obtener una visión holística y acabada de la problemática: el lucro en la educación. Quizás sea ese el gran problema, que nosotros, como estudiantes, estamos convencidos de las consignas y no de las temáticas de fondo.
    Más allá de la comparación moral que suscita esta analogía, me parece que trasciende estos límites, y se inmiscuye en terrenos compartidos de las ciencias sociales, de la economía y de las humanidades en su conjunto; aunque, sin ninguna duda, es un gran aporte para quienes estudiamos y vivimos la Filosofía, transformándose en una herramienta útil para los estudios antiguos que los acerca la realidad coyuntural, pero que lamentablemente no dan abasto.

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